José Alonso Romero es un sastre algo particular. No es un sastre mediático, incluso puede que muchos no hayan escuchado antes su nombre y, sin embargo, es un uno de los nombres más mencionados cuando se pregunta a los profesionales por las agujas de referencia de este país. Y lo vemos a través de una de sus últimas creaciones.
José Alonso no tiene ni redes sociales, ni hace actividad alguna de marketing – después darle a la aguja casi sesenta años su primera aparición pública en la red fue hace menos de tres años en esta página -, ni tampoco busca salir en blogs o revistas especializadas. De hecho, cuando alguien pregunta por los grandes de la aguja de este país son pocos los que nombran, sencillamente porque no saben de su existencia. Sin embargo, José Alonso es de las agujas más mencionadas por compañeros y profesionales del sector. Y que un sastre español nombre a otro como referente, además español, es tan difícil de producirse como el famoso acontecimiento histórico planetario del que habló en su día la irrepetible Leire Pajin.
José Alonso de 65 años y natural de Linares, orgulloso de su tierra como refleja el pin que siempre lleva en su chaqueta, es el sastre tapado de la profesión. Amante del flamenco, con solo ocho años se despierta en él el interés por esta profesión cuando su madre para entretenerle le lleva a la sastrería donde trabajaba como pantalonera una vecina suya. Como leerían los lectores más fieles hace casi tres años cuando escribíamos sobre él, José pasó tres años divirtiéndose entre hilos en el taller donde su madre trabajaba, años que le bastaron para cuando con doce su padre traslada a la familia a Madrid empezar a trabajar de la mano de su tío en el taller Divos de la calle Canillas, taller cuyos socios eran Jaime Gallo y Julián Muñoz hermano de Pedro Muñoz.
José Alonso de 65 años y natural de Linares, orgulloso de su tierra como refleja el pin que siempre lleva en su chaqueta, es el sastre tapado de la profesión. Amante del flamenco, con solo ocho años se despierta en él el interés por esta profesión cuando su madre para entretenerle le lleva a la sastrería donde trabajaba como pantalonera una vecina suya. Como leerían los lectores más fieles hace casi tres años cuando escribíamos sobre él, José pasó tres años divirtiéndose entre hilos en el taller donde su madre trabajaba, años que le bastaron para cuando con doce su padre traslada a la familia a Madrid empezar a trabajar de la mano de su tío en el taller Divos de la calle Canillas, taller cuyos socios eran Jaime Gallo y Julián Muñoz hermano de Pedro Muñoz.
A los catorce años se incorpora a la casa de Manuel Dositeo López, taller que trabajaba casi en exclusiva para tres de las sastrerías más famosas de España: Collado (Antonio), los Mogrovejo y Retana. Con dieciocho años se incorpora a la famosa sastrería del “no se admiten clientes nuevos”. Con los hermanos Mogrovejo comparte tres años antes de unirse a Jaime Gallo, cuya sastrería todavía mantenía el nombre de su tío Hilario Casado. Allí además de compartir espacio de trabajo con otros tres grandes nombres de la sastrería patria: Alberto Reventún, Manuel Calvo de Mora y Antonio Díaz, atiende, prueba, cose y diseña.
Tres años después, Julián Muñoz le habla de la tienda-sastrería que va a abrir su hermano Pedro en la Calle Serrano con Ortega Gasset y se une a sus filas como responsable de la sección de sastrería. Tras seis años vuelve con Jaime Gallo pero a la tienda de Best de donde da el salto a Bretón permaneciendo allí diez años. Solo después abre su sastrería JAR (José Alonso Romero). Aquí pasa veinte años, hasta 2010, momento en el que expira el contrato de alquiler del local y un joven Daniel Schleissner le propone unir juventud y experiencia. Todavía hoy es este el lugar de donde salen los escasos trajes que decide hacer al año.
Siempre he animado a quien me ha preguntado a “ordenar” al sastre a hacer el traje que más le guste a él y no el que el sastre se sienta más cómodo cosiendo. Normalmente, esto no es inconveniente para un sastre experimentado y de mente abierta. Somos nosotros quienes vestiremos ese traje y no él por lo que es muy importante que seamos nosotros los que estemos cómodos a gusto con él.
Sin embargo, hay casas como, por ejemplo, Huntsman o Cifonelli cuyos trajes son fácilmente reconocibles y quitarles su sello distintivo pidiendo una línea diferente les restaría parte de su encanto. En Hunstman podríamos pedir una chaqueta con dos botones y sin hombreras pero ya no sería una Hunstman. Igualmente, podríamos pedir a Lorenzo una chaqueta con costuras cargadas y con largos faldones pero tampoco ya sería una Cifonelli.
Por ello, y conociendo que el estilo de José Alonso es algo particular, o cuanto menos diferente a lo que hoy se estila, le pedí que me hiciera su traje, el traje que él se haría en 2018 para él mismo y no para mí. Aunque todavía es difícil hacerse una idea del resultado final de este dos piezas ya se puede observar por sus líneas que es de una hechura generosa; comparándolo por supuesto con lo que hoy se observa en la calle.
José busca en sus prendas hacerse eco de las tendencias consolidadas, pero siempre con el objetivo de conseguir en el cliente una silueta proporcionada, con una chaqueta tan cómoda como para no tener ni la mínima tentación de quitársela ni cuando se esté conduciendo. Conseguir un cliente esbelto es otra de sus máximas. Le gustan las mangas voluptuosas, con encuentros anchos y con recorrido. De hecho, se aprecia mucho la influencia de Collado en la vestibilidad de las prendas de José. No son tanto prendas de foto sino prendas para vestirse, de gran comodidad y de líneas nada forzadas.
La confección de este dos piezas no busca complicaciones ni detalles que hemos podido ver en otros trajes aquí analizados. Se centra en lo básico o, mejor dicho, en lo principal. No es un deportivo de última generación con su ABS, GPS, climatizador en los asientos, electrónica controlando cada metro, avisadores y controles de todo tipo etc. Es un deportivo de los años sesenta donde se priman las sensaciones más puras al volante. En definitiva, es la esencia de la sastrería.
Y esto se observa claramente en este conjunto. Si la chaqueta cuenta con pocas o ninguna floritura en costuras o bolsillos, el pantalón también adolece de ellas. Un bolsillo estándar trasero, una cintura sencilla y una cremallera en la portañuela es todo lo que necesita para poderse vestir. Tendremos que esperar a la prueba de cantos para poder contaros sensaciones de vestimenta, altura sisas, hechura final y detalles que ahora son difíciles de apreciar.
El tejido es de Holland & Sherry, y tanto chaqueta como pantalón son de trama abierta. El tacto de estos compuestos es francamente agradable, aunque obviamente no admiten el uso continuado que sí admiten otras telas. Si bien la construcción de la chaqueta es bastante ligera tampoco puede pasar desapercibido el aspecto invernal de su tejido por lo que su vestimenta se reduce a los meses de más frío. El dibujo no es demasiado llamativo y ambas prendas pueden vestirse perfectamente por separado pudiendo dar lugar a un gran número de combinaciones con otras chaquetas o pantalones; una de las ventajas claras de los dos piezas pues dos trajes de dos pizas pueden ser cuatro conjuntos.
De la prueba poco nuevo que nombrar o quizás yo que recordar. José es una persona que ha amado y vivido enormemente su profesión y son tantas las historias y anécdotas que te cuenta de sastres ausentes y de momentos pasados que apenas prestas atención a las correcciones que te va haciendo.
Deseando poderos contar cuanto antes la evolución de este conjunto os deseo a todos un feliz 2018 y que sigámonos encontrando un año más en esta u otras páginas.
PD Las últimas dos fotos son de un abrigo que hizo José Alonso hace cincuenta años y que es considerado toda una pieza de coleccionista.
El Aristócrata