Hace solo unos días nos dejaba uno de los referentes, si no el que más, de la elegancia masculina más intemporal. Hoy, imposible es ya encontrar a una persona, más si es pública, que se mantenga fiel a un estilo de vestir toda su vida. Y el Duque de Edimburgo ha sido uno de esos pocos.
Es posible conocer a hombres que durante varios años de su vida mantienen una imagen consistente. Sin embargo, conformen adquieren relevancia personal o profesional no es extraño que coqueteen con las tendencias del momento, o lo que es peor que se lleguen a creer de alguna manera un referente y experimenten con prendas y combinaciones hasta no hace tanto tiempo impensables en ellos. Sobran los ejemplos.
De dedicar un tiempo y tirar de hemeroteca observaremos como desde sus años más jóvenes el Felipe de Edimburgo se decantó por un estilo clásico y sobrio; que para nada aburrido o rancio. Y, sin caer en excentricidades, lo mantuvo muy poco alterado hasta su muerte. Defensor del “Made in England”, se valió de los mejores camiseros, sastres y zapateros de la capital británica para completar su armario. Por lo que transcendió en su día, debe su gusto por el vestir a su tío Lord Mountbatten, quien fuera el último Virrey de la India y de quien se dice que raro era el viaje en el que no moviera trescientos baúles con ropa y enseres personales. Fue precisamente este, persona de quien también se dice que se cambiaba cuatro veces al día, quien le acercó al mundo de la sastrería y quien le aconsejara sobre las prendas a incorporar a su armario, tanto el de calle como el de campo.
Al contrario de lo que ocurre con los monarcas actuales, Felipe de Edimburgo mantenía la misma elegancia durante su horario oficial como en su espacio personal. No resulta fácil encontrar fotos donde se le vea entregado a la comodidad en su tiempo de esparcimiento o intentando pasar desapercibido en medio de la multitud. Si durante su horario oficial hacía uso de muy bien cortados trajes – normalmente de hilera sencilla – o de increíbles uniformes militares de gala -de Johns & Pegg -, durante su tiempo libre disfrutaba no solo de chaquetas de Tweed sino también de mucha otra ropa de campo que hoy es difícil ver en cualquier latitud.
Algo que diferencia a Felipe Mountbatten del tío de su esposa o de otros iconos de la moda es que nunca busco explotar una faceta de dandi. Aunque con licencias en las corbatas, no abusaba de estampados arriesgados o de colores llamativos. Obviamente, se valía del pañuelo de bolsillo incluso en sus abrigos – por norma general cortados en Ede & Ravenscroft – pero ni con estos buscaban destacar. Si en ciudad no se acompañaba de clásicos abrigos azules, entonces solía decantarse por la gabardina. La simplicidad de su elegancia es lo que hacía a su manera de vestir tan especial.
La conocida frase de “la elegancia consiste en pasar desapercibido sin dejar a nadie indiferente” era una máxima que se exigía en su día a día. Además, hacía gala de esta austeridad con enorme naturalidad. Nada de lo que vestía era forzado. La sobriedad es algo que le definiría toda su vida, de ahí que tampoco se viera tentado en acudir a profesionales situados fuera de su país. Si Turnbull & Asser o Gieves & Hawkes estaban detrás de sus camisas, John Lobb era su zapatero de cabecera. A cargo de sus pantalones estaba la aguja de John Kent, de Hawes and Curtis, quien al igual que a Cary Grant también al Duque de Edimburgo terminó haciéndole sus trajes. Antes de que John Kent llegara a Hawes and Curtis, su ropa de calle estaba a cargo, siempre en Hawes and Curtis, del afamado sastre del momento Teddy Watson.
En 1986 John Kent y el camisero de Hawes and Curtis deciden abrir su propia sastrería y es cuando el Duque de Edimburgo empieza a visitar otra histórica casa, Gieves & Hawkes, casa que usa para confeccionarse su ropa de diario. En cambio, detrás de su frac, chaqué y esmoquin, sigue estando la sastrería más antigua de Londres, 1689: Eves and Ravencroft.
Su fidelidad a su estilo se veía reforzada con la lealtad hacia sus tiendas de cabecera, muchas de las cuales deben sus Royal Warrant a haberlo tenido entre sus clientes. No solo la conocida Barbour, sino otras como James Lock, sombreros, Holland & Holland y Purley, ambas caza, Daks, ropa casual, John Lobb, calzado de calle, o Hunter, calzado de campo, pueden presumir de haberlo visto tras su puerta en repetidas ocasiones.
Si verlo en Ascot con su gran estatura y delgadez en su chaqué y sombrero de copa, este último normalmente gris, llamaba la atención, no menos lo hacía cuando lucía sus esmóquines. Y con igual esmero y sobriedad escogía su ropa de campo. Amante de este y de deportes como la caza o el polo, disfrutaba de largos paseos con prendas tan británicas como el Barbour o las botas Hunter, aunque serían la gran variedad de trajes y chaquetas de Tweed las que más horas le acompañarían. Complementos como las gorras inglesas y variados sombreros, el “hunting bowler” incluido, así como su kilt eran algunas de las licencias que se permitía.
Como también hemos visto en su hijo, Felipe de Edimburgo además de tener mucha ropa poca ha desechado a lo largo de los años. De ahí que fuera habitual verle con trajes con más de veinte años de uso o con zapatos de su juventud remendados. Obviamente, esto es posible cuando, como en su caso, se mantiene el mismo físico durante toda la vida.
Un estilo atemporal durante casi un siglo por encima de cualquier moda o tendencia, la naturalidad con la que vestía en el pescante la más sencilla chaqueta o su porte con un uniforme de gala, el uso de sombreros que en cualquier otra persona quedaría fuera de lugar, sus trajes sobrios pero sin abusar de los azules y grises y su enorme y variado armario de campo lo han convertido en un personaje difícil de volverse a repetir. Y, no menos importante, como demuestra la foto que cierra el artículo de esta semana, un tipo con un sentido del humor fuera de lo políticamente correcto y que a mí al menos me ha hecho reír en muchas ocasiones.
El Aristócrata