Desde hace ya algunas semanas el habernos hecho eco del trabajo de, desde mi punto de vista, auténticos artistas de la aguja y del gouger no ha sido recibido de la misma forma por los lectores de esta página.
Al parecer, el recurrir a la sastrería napolitana y a la zapatería inglesa para traer a estas páginas lo que muchos consideran como dos de las corrientes más perfeccionistas, ha sido entendido como un espaldarazo al trabajo de nuestros sastres y zapateros. Y nada más lejos de la realidad.
Si quisimos compartir con todos vosotros la historia y las características del tan actual traje napolitano, incluyendo una entrevista al sastre D. Orazio Luciano, así como la tradición y la máxima expresión del calzado a medida, representado por la centenaria casa John Lobb, fue sencillamente porque pensábamos, y pensamos, que encontrar semejante perfección y calidad en nuestro país no es fácil; sobre todo si hablamos de zapatería a medida.
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Esto no significa que seamos de la opinión de que en nuestro país no haya artesanos que de querer, y de contar con un cliente exigente, no pudieran hacer el mismo tipo de chaqueta desarmada o la misma caja de pantalón que los no pocas veces sobrevalorados sastres italianos.
Y la prueba de ello la tenemos en el trabajo que este mes traemos a nuestras páginas: el del camisero D. Mariano Arroyo Langa y el del sastre D. Joaquín Fernández Prats.
D. Mariano, como coloquialmente le llaman los clientes que con él llevan cosiéndose sus camisas durante más de sesenta años, es de las pocas autoridades que todavía quedan en vida en su oficio en nuestro país.
D. Mariano, tras pasar veintidós años en la conocida casa camisera Burgos, siguió durante los siguientes diez perfeccionando su técnica desde las dependencias de Gregorio Cristóbal. Con ya casi treinta cinco años a sus espaldas de camisero no duda en abrir su propia camisería para desde ella imprimir su toque personal a su trabajo sin por ello dejar de plasmar en sus camisas la técnica aprendida y perfeccionada durante todos estos años. Y desde entonces Langa ha pasado a la historia de la verdadera camisería a medida de este país.
Hoy no hay amante de la camisería a medida que no se haya dejado seducir además de por su increíble pericia con la aguja también por su afable y educada conversación. Sin lugar a dudas ambas cualidades le han ayudado para haber superado todos los vaivenes del destino y poder presumir de llevar la friolera de treinta años al mando de la camisería Langa.
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En total sesenta y dos años de camisero que le han valido para que su trabajo haya sido el elegido por personajes tan conocidos como Julio Iglesias o Florentino Pérez y de otros tan elegantes como Gary Cooper, Arturo Fernández o Sean Connery.
D. Joaquín Fernández Prats, quien con apenas treinta seis años ha entregado ya más de quince a la aguja y a la tijera, acompaña a D. Mariano, como cabeza visible de la sección de sastrería a medida de Langa. Su poco interés por los estudios y su pasión temprana por este oficio le llevó directo a los talleres donde por aquel entonces las más conocidas sastrerías externalizaban gran parte de su trabajo.
Durante estos años, Joaquín ha pasado por sastrerías como la de Rafael y Salvador o como la de Pedro Muñoz. Tras estos quince años de “aprendiz” y tras perder Langa a su sastre de cabecera Joaquín se presentó en Langa decidido a seguir atendiendo, de la mano de D. Mariano, tanto a sus antiguos clientes como a los apasionados del buen hacer de Don Mariano Langa. Y después de un año y medio cortando y cosiendo desde Langa y tras la respuesta masiva de los clientes de la casa parece que le quedan muchos años por delante de cosechar éxitos desde Félix Boix.
Independientemente de que busquemos una teba para este verano, una corbata tipo knitted, una camisa RTW o un pañuelo de bolsillo rematado a mano, la visita a Langa es obligada. No obstante, a pesar de su más que interesante oferta en ropa de vestir masculina, serán los amantes de la camisería y de la sastrería a medida los que más disfrutarán de su visita.
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Somos muchos los que además de disfrutar comprando una nueva camisa o un nuevo traje saboreamos también esa conversación con el responsable del establecimiento cuando este conoce su trabajo y su producto mucho mejor que nosotros. Y eso es lo que la mayoría de los lectores experimentarán de dejarse caer por este templo de la camisería a medida.
Es francamente gratificante compartir una tranquila conversación con Don Mariano. Su exquisita educación le impide recomendarte de entrada esa tela que desde el primer minuto de conversación D. Mariano sabe que es exactamente la que entraste buscando.
Sin embargo y a pesar del espacio que deja al cliente para que tranquilamente este se deleite con el amplio muestrario de telas que ha acompañado a Langa a lo largo de sus treinta años de existencia, D. Mariano, siempre con una sonrisa de complicidad, va guiando al cliente hasta que éste encuentra la composición y el diseño que su subconsciente tenía identificada pero que la variedad de muestrarios le impedía identificar de entrada.
Si al principio D. Mariano nos mostrará las telas y los diseños que durante más años han llenado los armarios de sus clientes más fieles, el más exigente amante de la alta camisería no debería dejar de preguntar sus telas preferidas de Alumo, Sea Island o Acorn. Conforme lo haga, D. Mariano empezará a enseñarle muestrarios de las telas que solo saca a esos clientes familiarizados con los términos super 200´s, dos cabos, 2x2 etc.
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La toma de medidas la realiza el propio D. Mariano con la misma naturalidad e informalidad que con la que aconsejaba a su cliente sobre la composición de la tela más adecuada para afrontar el calor del verano o sobre el diseño más recomendable para acompañar a un chaqué en ese día especial.
Durante la realización de este artículo tuve la suerte de coincidir con un cliente quien vestía de esmoquin con relativa frecuencia y buscaba una nueva camisa para una botonadura de más de cincuenta años heredada de un antepasado. Debo reconocer que me sorprendió el comprobar como sobre la mesa de muestras D. Mariano le descubría unos segundos después más de cerca de cuarenta modelos de piqués y de pleats.
Tras la toma de medidas, se nos preguntará por el tipo de cuello preferido y no habrá inconveniente alguno en confeccionarnos uno en anchura, forma, abertura y contorno de picos acorde con las preferencias de ese cliente concreto.
Una de las principales características diferenciadoras del trabajo de D. Mariano es que a diferencia de otras camiserías donde el cliente se limita a recoger su camisa una vez terminada, en Langa le llamarán para hacerle una prueba intermedia antes de serle entregada definitivamente.
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Esta prueba intermedia no es un mero trámite ya que es raro que D. Mariano no aprecie un pequeño error que le obligue a descoser enteramente la camisa para volverla a coser con los nuevos retoques ya incorporados. Y la gran mayoría de las veces lo hace sin que ni siquiera se lo pida el cliente y sin que este nunca lo llegue a saber. Durante la prueba de una de las camisas yo mismo pude apreciar como cuando fui a recoger la camisa final el cuello termo-fijado inicial había sido remplazado por uno almidonado como bien D. M Mariano adivinó era mi deseo.
Ni que decir tiene que detalles como que casen los dibujos en las diferentes costuras, incluidos los de la cartera, el que la camisa se remate a mano en sus faldones, refuerzos en la unión del delantero con el trasero, grabado de iniciales etc. son obligados en esta casa. Si estos detalles hablan del mimo con el que el personal de Langa remata las camisas, sus ojales no tienen parangón en la camisería española. El mimo con el que las costureras rematan a mano los ojales reivindican la afirmación de Oscar Wilde de que “un ojal realmente bien hecho, es el único vínculo entre el arte y la naturaleza”.
Siempre es de agradecer el observar como el ojal es totalmente cubierto por un hilo que no deja ver, ni siquiera con una lupa, trozo de tela alguna entre las diferentes puntadas.
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Como en toda camisería que se precie, en Langa nos harán un patrón con nuestra primera camisa que se modificará conforme nos vayan ajustando esta. De no experimentar perdidas o aumento de peso, en posteriores ocasiones bastará escoger una nueva tela y esperar unas semanas para que nos llamen a probarnos la nueva camisa. La posibilidad de contar con un patrón que refleje todas y cada una de nuestras medidas es una práctica muy poco seguida hoy en día por muchas pseudo-camiserías y representa una gran ventaja en términos de comodidad de convertirnos en cliente de la casa.
También, como es costumbre en cualquier camisería a medida de prestigio, se guardará una referencia de la tela de nuestra camisa para en el caso de que se nos estropeen los puños o el cuello estos sean remplazados por unos nuevos de idéntica tela y de esta forma poder volver a disfrutar de nuestra camisa como si fuera su primer día.
Si nuestro deseo es hacer acompañar nuestra camisa de unos calzoncillos a juego bastará con indicar nuestro corte preferido a D. Mariano para cuando nos sea entregada la camisa estos la acompañen en una coqueta bolsa con el mismo diseño que la tela principal del calzoncillo.
En estos días donde cualquier establecimiento que se limita a enseñar unas cuantas telas y algunos tipos de cuello se pone rápidamente el título de camisería a medida es de agradecer encontrarse con camiseros de verdad donde conceptos como toma de catorce medidas, patrón, hechura, confección a mano, personalización del talle según físico individual, ojales a mano, cuellos almidonados, coincidencia de los dibujos de las costuras, canesú etc. son el día a día de su trabajo.
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Si el disfrutar del buen hacer de D. Mariano Arroyo es motivo más que suficiente para acudir a Langa, no lo es menos el dejarnos caer por Félix Boix para descubrir el trabajo de uno de los más jóvenes e innovadores sastres de este país.
Aunque alguna vez nos cueste reconocerlo, hay que admitir que el que en nuestro país la mayoría de sastres de “pata negra” sean caballeros de bastantes años si bien garantiza una esmeradísima mano de obra también tiene como consecuencia que sus patrones no obedecen a lo que hoy demanda la juventud más sibarita.
Igualmente, no suele ser casualidad que los clientes de los sastres más consagrados luzcan un patrón casi idéntico al de otros clientes de la misma sastrería independientemente de la edad de unos y otros. Sobran los ejemplos de padres e hijos que son vestidos por el mismo sastre y que se hace difícil adivinar, de atenernos solo al corte del traje, quien es el padre y quien es el hijo.
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Creo que muchos estaríamos de acuerdo en que no debería ser igual el patrón de un traje, y qué decir de las telas, de una persona de sesenta años que el de su hijo de treinta. Pero desgraciadamente esto más que ser una coincidencia es la pauta general en España. Pauta de la que no es siempre fácil que se salgan las agujas más privilegiadas nacionales.
Y si la edad ya de por sí debería ser motivo suficiente para confeccionar patrones diferentes todavía lo debería ser más la personalidad de cada caballero. Por ello, no entendemos cómo puede ser posible que un empresario, un torero, un deportista de elite o un alto representante de un país que acudan al mismo sastre pueden salir de la sastrería con el mismo ancho de solapas, el mismo largo de la chaqueta, la misma boca de pantalón o idéntico talle de chaqueta.
Y Joaquín es un soplo de aire fresco en este panorama. El contar con alguien con las ganas y juventud suficiente como para estar al día de las corrientes más actuales de la sastrería internacional así como no tener un patrón preferido con el que vestir a sus clientes es siempre bienvenido por los clientes más jóvenes y exigentes con su aspecto.
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Los que hayan podido estar con Joaquín en su sastrería habrán observado como de las cinco o seis pruebas que esperan pacientemente a que acuda su dueño a probárselas, casi todas dan la sensación de haber sido cosidas por un sastre diferente. Y esto no es porque Joaquín haya delegado su trabajo en sus compañeros, sino porque cada uno de esas cinco pruebas tiene un cliente detrás con un concepto de belleza y estilo diferente.
Será suficiente ver el amplio abanico que tiene de hombreras para entender como el que dos chaquetas disfruten de la misma sería una gran coincidencia. Y de encontrar dos chaquetas con hombreras similares nos será muy difícil, observando su interior, creernos que ambas han sido realizadas por el mismo sastre.
Cuando quedamos con Joaquín no sabíamos ni que tela queríamos para el traje que buscábamos traer a estas páginas, ni el tipo de corte, ni tan siquiera el aire que queríamos transmitir con él. Sin embargo, sí teníamos claro dos cosas: que fuera algo totalmente diferente a lo que estábamos acostumbrados a ver y que fuera para un cliente joven o de edad o de espíritu.
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El pequeño equipo de redacción de esta página allá por el mes de marzo debatíamos si, pensando en el verano, escribir un artículo basado en un traje de tres piezas de lino, uno de cachemira 100% o incluso uno de seda. Si las dudas respecto al tejido no eran pocas, no lo eran menos las que versaban sobre si preferíamos un corte que obedeciera a los estándares más clásicos o por el contrario otro acorde al más actual estilo napolitano.
Igualmente, conforme pasaban las semanas y las discrepancias iban aumentando, decidimos que para aplacar las críticas que nos echaban en cara, tras los artículos de la sastrería napolitana, de que solo nos hacíamos eco del trabajo que venia de fuera de nuestras fronteras, enfocar ese nuevo artículo desde una sastrería de nuestro país.
Para ello, recordamos que hacía ya algún tiempo alguien nos había hablado de un sastre que con apenas treinta cinco años contaba ya con más de quince a sus espaldas patronando, cortando y cosiendo para tiendas y sastrerías por todos nosotros conocidas.
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Cuando nos informaron que dicho sastre se había montado por su cuenta no dudamos en irle a conocerle y comprobar de primera mano si efectivamente era tan bueno como nos habían dicho.
Tras charlar un largo rato con Joaquín y aguantar estoicamente sus críticas hacia nuestra página al ser este de la opinión de que solo nos hacemos eco del trabajo de los monstruos de la tijera ya consagrados, nos convenció a todos de que su trabajo era digno merecedor de traerlo a estas páginas. Y hoy, cuatro meses después, sabemos que aquel mes de marzo tomamos la decisión correcta.
Si no son pocos los sastres que mantienen que para poder ser considerado como tal uno debería saber hacer un traje, un abrigo, un chaqué, un esmoquin y un frac, Joaquín no dudó en afirmar que además de saberlos hacer, un buen sastre debería poderlos patronar, cortarlos y coserlos sin ayuda alguna de otro profesional. El que Joaquín pudiera coserlos a mano todos ellos sin ayuda externa alguna fue una de las cosas que más nos llamó la atención de su trabajo; más teniendo en cuenta que estábamos delante de un sastre de solo treinta cinco años.
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En un mundo, el de la sastrería, donde no es siempre fácil encontrar profesionales que alaben el trabajo de sus compañeros la figura de Joaquín cobra un especial significado. Se deshizo en alabanzas hacia el trabajo de sastres como el Sr. Reillo, el Sr. Gallo o el Sr. Calvo de Mora y no le faltó valentía al afirmar que de convencer a alguno de los grandes sastres de nuestro país en confeccionarnos un traje o un abrigo según la corriente más actual, el resultado estaría como mínimo al mismo nivel que el de fuera de nuestras fronteras y la mano de obra bastante por encima.
Quien no esté de acuerdo con esta afirmación le recomendamos que le visite y le pida que le muestre un traje confeccionado por un archiconocido maestro napolitano para que observando de su mano los detalles del traje italiano pueda valorar si su afirmación se puede o no sustentar en hechos.
Si bien Joaquín no tenía ninguna preferencia sobre el tipo de tela con el que confeccionar el traje nosotros sí por el contrario buscábamos algo que hiciera a este traje especial. Por ello, hicimos realidad uno de nuestros deseos y elegimos un diseño Príncipe de Gales con una suave línea rosa que lo hacía francamente especial.
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La elección del tejido POW obedece por un lado a que pensamos que este tipo de diseño es de una gran belleza y que no debería desaparecer del armario del caballero y por otro lado a que es particularmente agradecido a la intensa luz solar del verano. Además de estas razones a nadie se le escapa que el coser un traje con un diseño tan marcado obliga al sastre a emplearse mucho más a fondo que de coser un traje liso sin dibujo alguno.
El tener que casar los dibujos, contar con el mismo número de cuadros y disposición, tanto en las solapas como en el cuerpo principal así como evitar que el dibujo se “rompa” en la espalda o terminen bailando los cuadros en la terminación de la chaqueta o del pantalón dificulta en gran medida el trabajo de confección de este tipo de diseño.
Y si esto ya era de por sí un reto más que interesante decidimos que para demostrar que en España también se saben hacer trajes ligeros y poco armados se patronara al más puro estilo napolitano y lo más importante de todo: que pesara menos de un kilo totalmente terminado.
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El tomar la decisión de que el traje pesara menos de un kilo no fue óbice para que eligiéramos la tela que nos pareció más elegante y no buscáramos solo aquella de peso más reducido. Por ello, si bien Joaquín nos enseñó telas de 150gr escogimos una bastante más pesada a sabiendas que complicaría el objetivo de conseguir ese traje de menos de un kilogramo. Concretamente, escogimos un precioso estambre en lana de Scabal, super 130's de la colección Mosaic de este verano 2012 de 230 gramos de peso.
En el largo aprendizaje de la sastrería a medida no son pocos los aficionados a ella que en sus primeros trajes se dejan llevar prácticamente solo por el diseño de la tela para escoger su traje. Conforme este cliente empieza a familiarizarse con este mundo comienza a preguntarse por qué debería escoger un tejido 150´s y no un super 100´s o por el peso de la tela en cuestión.
En una fase ya más avanzada, este mismo cliente dará la misma importancia al diseño de la tela que a su textura y disfrutará, tanto como nosotros lo hicimos con Joaquín, dejando que sus dedos se deslicen libremente por una tela vicuña o por un cien por cien cachemira mientras entiende el por qué la composición de una tela es tan importante para el resultado final del traje y el aspecto tan dispar de utilizar una u otra.
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Escogida la tela, empezamos con el diseño del traje no sin sorpresa de Joaquin quien si bien no tuvo reparo en aceptar lo que le pedíamos sí reconoció que desgraciadamente el miedo a salirse de los cortes más extendidos haría inviable el poder coser al cliente medio español un traje de las características elegidas por nosotros.
Aunque somos de la opinión de que el armario del caballero debería de contar con trajes de dos y tres falsos botones, de tres piezas con chalecos cruzados y con hileras sencillas etc. siempre hemos mantenido que la belleza y el estilo que proporciona un traje cruzado es difícil de alcanzar por sus homólogos de hilera sencilla.
Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de las ocasiones empezamos diseñando el interior del traje; interior que dejamos reducido a su mínima expresión. Ni queríamos forro ni tampoco entretela alguna. Solo un mínimo trozo de seda protegía la parte alta de la espalda para evitar que al ponérnosla se enganchara con la camisa y pudiera por el contrario deslizarse libremente. Pero exceptuando este mínimo trozo de seda, la chaqueta no debería contar con absolutamente nada.
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Para conseguir nuestro objetivo decidimos coserle bolsillos tipo parche y dejar para otra ocasión el precioso bolsillo media luna marca de la casa. Los bolsillos parches permiten que en el interior de la chaqueta no se vea el interior del bolsillo y se aprecie solo la parte interior de la tela del traje.
Siempre se ha dicho que en los pequeños detalles se nota la diferencia entre lo bueno y lo muy bueno y en ese medio forro, canesú para los sastres, se podía apreciar la atención al detalle. Esta parte a pesar de estar escondida ha sido cosida a mano y con tal esmero que es una pena que no se pueda apreciar.
La costura central así como la terminación de la chaqueta se oculta, obviamente también a mano, por un ribeteado de la misma seda que el canesú. Todo lo demás queda al aire, sin forro alguno, exceptuando obviamente el forro de las mangas.
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Y decimos “todo lo demás” porque incluso los hombros quedan al aire al haber querido, siguiendo un poco el aire napolitano, que el traje expresara esa informalidad tan característica suya pero sin por ello dejar de ser un traje y no una mera teba.
El no contar con hombrera alguna dificulta en gran parte el cosido de la manga al cuerpo de la chaqueta al no haber boatina o entretela alguna de la que valerse para realizar esta labor. Esto demuestra que el coser una chaqueta al más puro estilo napolitano no es tan fácil como algunos sastres de fuera de su territorio han apuntado en repetidas ocasiones.
Si tenemos en cuenta que las telas que utilizan los sastres napolitanos son, por norma general, muy finas y ligeras y que apenas hacen uso de entretelas y plastones, hay que contar con una muy buena calidad de mano de obra para que el resultado no se vea desmejorado. El coser una chaqueta sin hombreras obliga al sastre, como fue en nuestro caso, a tener que desmontar la chaqueta en varias ocasiones y coserla prácticamente acorde a las medidas exactas del hombro de su cliente.
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Si como hemos apuntado en múltiples ocasiones el corte ideal no existe, al depender de la fisionomía de cada cliente, aquellos caballeros que cuenten con unos hombros redondeados y no muy caídos apreciarán esa sensación de libertad y comodidad que se siente al no llevar hombrera alguna. Y si además de ello ha prescindido de plastones y éntrelas y encima ha contado con un buen sastre que ha evitado que la chaqueta se llene de arrugas, el pacer será doble.
Desgraciadamente, este tipo de corte puede tener consecuencias nefastas ya que el contar solo con la tela hace prácticamente inviable que se pueda conseguir una limpieza de líneas similar que la que se consigue con telas pesadas y que además cuentan con sus entretelas correspondientes. Por ello, es importante que el cliente que quiera contar con un traje de estas características acuda solo a las agujas más privilegiadas y a los sastres de espíritus más aventureros ya que no todos ellos estarán dispuestos a modificar su forma de trabajo ni tampoco a tener que emplear en ese nuevo traje casi el doble de tiempo y trabajo que si se tratara de un traje “convencional”.
Entrados ya en faena todos teníamos claro que queríamos que su totalidad fuera cosido a mano y por ello las solapas de la chaqueta, como no podían ser de otra forma, también fueran picadas a mano. En palabras del propio Joaquín si bien hoy en día ya bien sea por comodidad o por lo mucho que han evolucionado las máquinas de picar cada vez es menos frecuente observar cómo las solapas se pican a mano, cuando se trata de un traje a medida y confeccionado de forma artesanal el uso de la mano y de la aguja es de obligado cumplimiento.
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El picar a mano significa que el tope es tu dedo y que este se “encontrará” con la aguja en más de una ocasión para “enfado” del dedo. Sin embargo, la forma final del canto de la solapa es mucho más agradecida al ser más arqueada que de hacerlo a máquina.
También debemos tener en cuenta que la textura de una solapa picada a mano y otra picada a máquina difieren en cuanto al tacto. Mientras la solapa picada a máquina queda más lisa o incluso más limpia, el resultado de la picada a mano es algo más rugoso.
El que picar una solapa a máquina lleve escasos diez minutos y el que hacerlo a mano multiplique este tiempo por tres es seguramente otra de las razones ocultas para que incluso muchos sastres de primera línea prefieran decantarse por el picado a máquina.
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Aunque el resultado algo más imperfecto de las solapas picadas a mano a priori pudiera parecer hasta un defecto estas son muy alabadas por los verdaderos entendidos de la sastrería los cuales saben que sus solapas han sido mimadas por la mano del sastre y no por una máquina impersonal.
Los ojales que escogimos para nuestra chaqueta difieren en gran medida de lo que acostumbraba a coser tanto Joaquín como la gran mayoría de sastres españoles. La diferencia radica en que nosotros preferimos evitar el cuello de cisne y optar por uno más largo sin cuello alguno; algo que últimamente se puede apreciar en las creaciones más recientes de sastrerías como Anderson and Sheppard. Este tipo de ojal fue el que se cosió tanto en las solapas como en la botonadura de la chaqueta.
Siguiendo con los “must” del estilo napolitano elegimos para el bolsillo de la chaqueta el denominado como
barchetta. Este tipo de bolsillo nos recuerda a una góndola en movimiento y es el bolsillo que adorna las chaquetas de prácticamente todos los sastres napolitanos.
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Como ya hemos apuntado, uno de los trucos que utilizan los sastres napolitanos para prescindir de forro alguno sin por ello romper la estética interior de sus chaquetas es utilizar bolsillos tipo parche en vez de los clásicos que se valen de un forro interior. Y esos fueron los bolsillos que escogimos.
Si bien la decisión de que el traje fuera cruzado fue unánime, no lo fue tanto el número de botones con los que adornar las mangas. Mi opinión es que los trajes de hilera sencilla siempre quedan mejor con solo tres botones en las mangas y los cruzados, por el contrario, se ven más estéticos de contar con cuatro. Por ello, para este traje cruzado optamos por cuatro botones.
Los que me conocéis sabéis de mi predilección por huir de la absurda manía de desabotonarse los botones de la manga ya que sinceramente pienso que esto no tiene hoy más sentido que demostrar al exterior una determinada posición social o económica. Sin embargo, el que no queramos caer en lo que desde mi punto de vista es una vulgaridad no es óbice para que todos los ojales estén cosidos a mano.
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Y decimos “todos” porque carece de sentido, tanto práctico como estético, el contar con uno o dos ojales practicables y el resto no. Cuando tener ojales practicables tenía algún sentido todos ellos debían ser practicables para poderse remangar las mangas. Contar con solo uno o dos, y además los más alejados del antebrazo, no aportaba solución alguna para el fin con el que habían sido concebidos.
Todavía hoy no son pocos los italianos que, con ese estilo tan característico suyo, evitan despojarse de su chaqueta arrastrando tanto las mangas de la camisa como la de la chaqueta hasta los codos. Y este es uno de los motivos por los que la sastrería napolitana prefiere contar con todos los ojales practicables.
Los botones escogidos son del material natural conocido como corozo, una fruta que produce la palma de corozo. Aunque pudimos escoger entre varios modelos y colores creímos que el clásico negro podría poner algo de seriedad a ese tejido con tanta personalidad.
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La elasticidad y finura de la tela nos permitió optar por unas mangas más estrechas de lo normal dando un toque desenfado a la chaqueta cruzada. A pesar de esa estrechez los catorce centímetros de bocamanga daban a su propietario una libertad de movimientos similar a si hubiera escogido unas mangas más anchas.
El no contar con hombrera alguna ni con éntrelas de cualquier tipo nos hizo dejar de lado el conocido como “spalla camicia” y optar por un hombro con una mínima corona para de esta forma también darle mayor espacio de movimiento a ese hombro totalmente desprotegido de hombrera.
Una de las cosas más difíciles de conseguir fue el efecto redondeado del hombro de la chaqueta; efecto que para conseguirlo nos obligó a desarmar las mangas varias veces. El no contar con entretela alguna de la que ayudarse para coser el hombro hace casi imposible conseguir ese efecto al descansar la tela directamente sobre el hombro del cliente.
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Hoy la importancia de un traje a medida recae principalmente en la chaqueta dejándose en un segundo plano al pantalón e incluso externalizando su construcción en un pantalonero; algo que ocurre hasta en las mejores sastrerías. Si bien la confección de una chaqueta es siempre más difícil y requiere de más esfuerzo y pericia de nada vale contar con una chaqueta de hechura perfecta si luego los pantalones no están al mismo nivel.
Y en un esto caso, al escoger una tela tan ligera y flexible, sin forro alguno, dificultaba en gran medida el conseguir una caída limpia. De esto éramos conscientes desde el primer momento pero referimos seguir adelante con nuestro proyecto y asumir que una de las características del corte napolitano frente al inglés es que no busca tanto la hechura perfecta sino como que el traje tenga estilo y ese “algo” que vemos cuando nos cruzamos con ese traje, no perfecto pero lleno de estilo, por las calles de Florencia y que no sabemos describir con palabras.
Aunque Joaquín nos adelantó que iba a ser totalmente imposible conseguir una caída perfecta similar a la que se consigue con telas más pesadas y con más cuerpo y que deberíamos estar preparados para que aquellos que no habían tocado la tela descargaran su pluma contra su trabajo preferimos seguir adelante.
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Si hasta ahora el traje había obedecido a los patrones más extremos del estilo napolitano, en el caso del pantalón, y aquí sí que lo decidimos por unanimidad, nos decantamos por prescindir del cinturón y cortarlo pensando en vestirlo con tirantes al más puro estilo inglés.
El corte de tirantes tiene innumerables ventajas en repetidas ocasiones aquí comentadas de las que no quisimos prescindir. No obstante, no por ello dejamos de introducirle guiños característicos del país mediterráneo.
Nunca hemos sido partidarios de usar un pantalón indistintamente para cinturón que para tirantes ya que el corte de uno y otro difieren en gran medida y las medidas finales del mismo variarán, como por ejemplo el largo, de anudarse con un cinturón o con tirantes. Además, la caja de uno y otro varían también sustancialmente.
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La línea de la caja del pantalón de cinturón es simétrica delante y detrás mientras que en el caso del de tirantes difiere en gran medida. Así pues, la caja del pantalón de tirantes se caracteriza por subir mucho más por su parte trasera que por la delantera. Si por delante el pantalón quedará sensiblemente por encima del ombligo detrás sube todavía más.
Igualmente, al contrario que en el pantalón de cinturón, en el de tirantes su parte trasera se extiende en forma de pico en cuya unión de la parte derecha e izquierda se dibuja un corte para que la lazadera del tirante tire proporcionalmente del pantalón para arriba evitando que dicho tirón concentrara dicho empuje en solo un punto concreto. Esto evita, entre otras cosas, que el tiro del pantalón pudiera terminar molestándonos.
Como acabamos de apuntar no se debería contar con un pantalón “todo uso” y por eso de habernos decidido de acompañarlo con tirantes nos cercioraremos de que a este no se le cosen las lazaderas para hacer pasar por ellas el cinturón.
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Una pletina central o dos laterales rematarán el diseño de la cintura de nuestro pantalón. Si las ventajas estéticas de dichas pletinas están fuera de duda también lo está su practicidad. Obviamos decir que dichas pletinas deben ser de la misma tela que el resto del traje.
Joaquín tenía claro, como seguramente no podría ser de otra forma, que un traje de estas características debía de contar en la cartera (bragueta) con botones de corozo y ojales cosidos a mano. Son muchas veces esos detalles que no se ven los que ponen de manifiesto el verdadero esfuerzo del sastre en nuestro traje.
Si como se aprecia fácilmente en las fotos, la caja no podía ser más inglesa, la parte del pantalón que queda visible una vez abotonada la chaqueta obedece nuevamente más a la sastrería napolitana que a la inglesa. Esto se aprecia en su diámetro contenido y en su boca de pantalón de diecinueve centímetros.
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Aunque ya hemos hablado de la preferencia de los caballeros más puristas británicos de no contar con vuelta en el pantalón ni en el caso del traje cruzado, nosotros somos de la opinión de que la vuelta le da un toque desenfadado y lo hace más estético. Y para este dobladillo optamos por un ancho algo superior a lo que se acostumbra en nuestro país; concretamente 4 centímetros.
Si bien hoy prácticamente la totalidad de los sastres rematan el bajo con una fina cinta protectora, taconera, Joaquín además de añadir esta también cose un ojal a un lado y un botón al otro que permite a su dueño poder eliminar de forma fácil la suciedad que se va acumulando en el interior del dobladillo con el paso del tiempo.
Para terminar no queremos dejar de compartir con vosotros la sensación que se experimenta vistiendo un traje confeccionado con este tipo de tela, cortado de forma tan informal y construido sin entretela, estructura y hombrera alguna.
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La primera sensación surge en forma de asombro cuando lo desprendemos de la percha. La impresión al cogerlo es de que tenemos entre nuestras manos una prenda muy sensible que debe ser tratada con cariño y cuidado. Esta pequeña alarma no desaparece hasta que lo llevamos puesto y comprobamos que efectivamente se trata de un traje y no de una pequeña figura de porcelana.
Una vez enfundados en él las sensaciones se suceden en forma de torrente. Lo primero que sentimos es que nos asalta la sensación de no llevar puesto traje alguno. Sinceramente, creo que sería muy difícil de diferenciar para aquellos caballeros que ahora en verano disfrutan de un pijama de seda si están vistiendo un traje de chaqueta o su querido pijama. ¡Y creerme que no es una exageración!
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La sensación de ligereza no deja de otra cosa que maravillarte conforme empiezas a moverte. Siempre se ha dicho que un traje debería ser como una segunda piel. Sin embargo, este traje no podría ser calificado ni como una segunda piel ya que se hace francamente difícil saber si lo llevas puesto o ya vuelve a descansar en su percha. Ya te desprendiste de él.
Hay que reconocer que Scabal ha hecho un gran trabajo en la confección de este tejido. Conforme movemos los brazos o doblamos las piernas, la tela parece estirarse como si se efectivamente la tela fuera flexible y tuviera alguna característica que le permitiera alargarse y encogerse como si se tratara de un muelle.
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Los lectores que como yo estén acostumbrados a telas más rígidas o con más cuerpo apreciarán si cabe más esa sensación de estar solo cubierto por una finísima y suave tela.
Los efectos visuales y estéticos también son fácilmente apreciables. En este tipo de trajes no se trata de que la chaqueta quede perfectamente entallada ya que de ser así se marcarían de forma visibles hasta las lazaderas de los tirantes o incluso los propios tirantes. Pero sí, sin embargo, se disfrutará de ese aire especial que a los trajes más armados les resultará mucho más difícil de conseguir.
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Te sientes más desinhibido, nada encorsetado y con una total libertad de movimientos que te permitiría salir corriendo de llegar la ocasión con la misma naturalidad que si llevaras un pantalón y unas zapatillas de deporte.
La perfección de la hechura inglesa pasa a un segundo plano y el no preocuparte en si la chaqueta o el pantalón hacen una mínima arruga aquí o allá te da un toque de seguridad extra. Igualmente, esos detalles tan italianos como el pantalón algo más corto, su boca más estrecha o una chaqueta también algo más corta te aportan ese toque chic que te traslada en primera persona a la Piazza della Repubblica.
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A pesar de todo esto es bueno recordar que este es un tipo de traje y corte muy especial y que no es ni mejor ni peor que otros sino solo diferente y por ello a no todos los caballeros les va a gustar por igual.
En lo que si parece haber cierta unanimidad entre los profesionales de la aguja es en el hecho de que para coser un traje de estas características se requiere de un interés y una destreza especial. Y más en nuestro país donde estos trajes son difíciles de ver y los sastres no están familiarizados con su confección.
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Por todo ello, de haberos convencido para que probéis las sensaciones que aporta vestir un taje totalmente desestructurado os recomendamos fervientemente que acudáis a un sastre de pata negra y le expliquéis tranquilamente lo que queréis. De no ser así el aspecto final del traje será mucho peor, hasta el punto de que podáis arrepentiros de vuestra decisión, que de haber optado por uno de corte clásico.
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Y si alguien se preguntaba si cumplimos el objetivo inicial de conseguir un traje totalmente terminado de peso inferior a un kilo, la respuesta es que todavía nos sobraron doscientos gramos para meter nuestra cartera en el bolsillo interior de la chaqueta.
El Aristócrata